Bienvenido / Napaykullayki / tere§uahe porãite

Este espacio quiere ser el riego constante de una actitud: la actitud intempestiva. Aunque es evidente la referencia a mi autor predilecto, Friedrich Nietzsche, no se reduce a su actitud. El intempestivo es aquel que afirma y se afirma más allá del receptor presente. En nuestro tiempo, lleno de discursos apocalípticos, tiempo que se caracteriza en los textos más antiguos (escritos en sánscrito) con el nombre de Kali yuga, y para colmo en occidente -este occidente al final de todo- en el que nuestro interlocutor encarna la náusea, que mejor que ser intempestivo. No esperar nada. No esperar a nadie (¿cuánto hemos esperado ya?). Afirmar: afirmarse. No se pretende guiar a nadie hacia una creación sectaria-destructiva -ya nos conjuramos tácitamente y caminamos con hediondez de buen ganado, nárcotico en mano, hacia la desaparición- se trata de una actitud en relación a lo único que nos permite una digna "arqueología": el arte y el pensamiento. Palabras que le hablan a la posteridad, porque el receptor ya nunca está presente. Palabras limpias que se saben ensuciar. Palabras fuertes, valientes y ensangrentadas. Palabras intempestivas.

Imágenes para pensar

Imágenes para pensar
Miro el bosque y nos veo: nuestro bosque no tiene raíces, las tiene cada uno de los árboles. Por eso vivimos en el desarraigo...

Un gramo de Queneau

Esperaron el tranvía un largo rato, luego entraron en el bosque. Caminaron entre los árboles de sílex y bajo sus pies se fragmentaban hasta convertirse en polvo hojas grises y metálicas. Hacía mucho frío.- ¿No tienes demasiado frío? -preguntó Lehameau.- Oh no. Cuando estoy con usted me da calor.- ¿Es verdad? -preguntó Lehameau riendo-. Yo también, sabes -añadió entonces muy serio-, cuando tu estas conmigo, ya no pienso en el frío, en la dureza del tiempo.- ¿Es usted desgraciado, señor Bernard?- ¿Yo? No. ¿Por qué piensas que puedo ser desgraciado? No soy desgraciado. No soy feliz, no es lo mismo. Pero tampoco busco ser feliz. Pero tú eres aún demasiado pequeña, demasiado joven, para entenderlo...

de "Un duro Invierno" (1939)

de las enseñanzas de don Juan...


Era distinto cuando había gente en el mundo. Gente que sabía que un hombre podía convertirse en león de montaña o en pájaro, o que un hombre podía volar así nomás.

RAZÓN Y LOCURA EN LA SOCIEDAD DIFUMINADA

La sociedad: tantas cosas se han dicho sobre ella... que una más no le hará daño. Ni siquiera sabemos qué es -a que se refiere-; pero sí sabemos que es y cuán útil nos es su concepto, cuando los hechos rebasan los límites de lo imaginable ("qué mal está la sociedad", "la sociedad enferma", etc.). Ahora no lo hacen porque los límites se han marchado, o los hemos matado; como le ocurría a Nietzsche con Dios, cuando ponía en voz de un loco, en un aforismo de "la gaya ciencia", el advenimiento del mayor acontecimiento de la historia (de la metafísica, que también es histórica). ¿Es la locura -no la falta de razón, que no tiene interés alguno -la que nos ha de anunciar, de forma intempestiva, hechos para los que nuestra percepción es impotente, incapaz, obtusa?

En la sociedad occidental se da por supuesta una clara frontera entre razón y locura y lo más significativo es que no se piensan las consecuencias -aunque algunos lo han hecho muy bien, sobretodo en la tradición francesa, pensadores como Michel Foucault-. Cuando digo "no se piensan" me refiero a la colectividad, para llamarlos de forma respetuosa o el rebaño, como justamente los llamaba Nietzsche.
¿Qué nos queda pues, de la aclamada frase de Goya "el sueño de la razón produce monstruos"? ¿pero no éramos post-modernos? (algo más interesante, más preciso, más fuerte que la modernidad...).
En esa frase era precisamente la razón -la razón ilustrada, normativa, la razón de Kant- la que soñaba monstruos. Después algunos, acertadamente verán que no hay luz -identificada con razón -sin sombra -identificada con locura y estudiarán tanto el discurso de "la sombra" como el de "la luz".
De todas formas, un teórico de la historia que la concebía como un "proceso que conduce hacia la luz" era Robespierre, el genial inventor del terrorismo de Estado -algo que tan buenos resultados ha dado (y sigue dando)-.

Precisamente el Estado, algo abstracto y material a la vez, pero que sin ninguna duda "es" (vaya si es), es el lugar privilegiado de la locura. Nuestras formas de colectividad -todas -están construidas sobre la razón porque tendemos, con gran peligro para la estrategia económica-organizadora, a enloquecer.

Incluso nuestro cuerpo, nuestra primer experiencia de "ser" y aquello segundo que percibimos (después del cuerpo de la alteridad), ya no sabemos qué significa y nadie nos puede sacar de este desamparo. Insertados, arrojados (¡que bien lo expresó Sartre! -aunque él se refería a la existencia en un sentido amplio-) en una sociedad difuminada. En la que llamamos, orgullosos, "la sociedad del futuro" tal vez con razón, puesto que ella es la que produce más sujetos sin historia de los que puede digerir.
Efectivamente, las relaciones sociales que podemos observar y experimentar no hacen otra cosa que poner de relieve un aspecto de nuestro desmembramiento como seres humanos, como seres desmembrados en su dimensión física y espiritual. Para ilustrarlo valga la imagen del poema de Artaud; "el cuerpo nunca es un organismo, los organismos son los enemigos del cuerpo", donde se nos representa una dimensión física que se proyecta más allá.

El Estado mientras tanto, trabaja para restituir un vínculo económico -no verdadero -que asegure la economia de subsistencia, que asegure el éxito estratégico-político del que hablábamos. Por esa razón defiende a ultranza la família como institución.

La relación humana significa que una parte de nuestro ser está en el otro. Lo que construye hoy otro tipo de vínculo social (nada estratégico) es la participación trágica del destino común. ¿Pero qué sucede con participaciones colectivas más amplias?

Nuestra sociedad está constituida por seres que establecen lazos en función del riesgo que conlleve. Esto es, construimos lazos siempre que esté garantizado que no existe riesgo, siempre que tengamos la posibilidad de retirarnos. La situación actual en occidente, en una sociedad difuminada sin lazos fuertes, -en el sentido de auténticos -es la siguiente: TODOS nos hemos dado de baja por adelantado. Siempre y en cualquier lugar se escucha el mismo murmullo, el mismo ruego: "la baja anticipada, por favor". Nos convertimos, poco a poco en auténticas "mónadas leibnizianas".
¿Cómo es posible aceptar culturalmente y legitimar esta esquizofrenia, si concedemos que en nuestra sociedad están claramente delimitadas las fronteras entre razón y locura? ¿Cómo, si precisamente en esta distinción se fundamenta?

ADAGIO COMÚN

Una introducción posiblemente más pesada para algunos, que este "el peso más pesado". No me importa en absoluto; es un texto del gran pensador Friedrich Nietzsche, quien precisamente pensaba que democratizar la cultura supone degradarla. Y en esto coincido plenamente con este no-filósofo alemán (gran ejemplo nos ofrece el estado actual de la música -o aquello que el oído común reconoce como tal- algo que se ha convertido hoy en lo más parecido a un ruido que no nos entorpezca, mientras cocinamos o pre-cocinamos nuestra vida vacua y absurda).
Sin embargo, como yo no soy Nietzsche y además, como soy pollo que recién sale del cascarón y tengo mucho que aprender, quiero hacer un adagio común. Sí, nuestro viejo bosque está en su adagio; el adagio es algo bello, estéticamente poderoso, pero por eso mismo terrible: tremendamente oscuro y funesto para la vida material del hombre. Paradójicamente este destino, este adagio, tal vez sea lo más enriquecedor para algo banalizado y después olvidado, en favor de un bienestar perverso: la vida espiritual de este hombre material. Este adagio común es un último llamamiento, no un lamento. Aquí nadie se lamenta de nada si contempla la dimensión espiritual de todo e intenta llegar al fondo de las cosas. Quisiera escuchar entonces, algo más que el eco de los internautas: ¡que se agite violento el aguijón de los comentarios!

EL PESO MAS PESADO

Qué pasaría si, un día o una noche, se introdujera a hurtadillas un demonio en tu más solitaria soledad para decirte:

"Esta vida, tal como la vives ahora y la has vivido, tendrás que vivirla no sólo una, sino innumerables veces más; y sin que nada nuevo acontezca, una vida en la que cada dolor y cada placer, cada pensamiento, cada suspiro, todo lo indeciblemente pequeño y grande de tu vida habrá de volver a ti, y todo en el mismo orden y la misma sucesión -como igualmente esta araña y este claro de luna entre los árboles, e igualmente este momento, incluido yo mismo. Al eterno reloj de arena de la existencia se le dará la vuelta una y otra vez -¡y tú con él, minúsculo polvo en el polvo!..."

Quieres la intensidad y plenitud de los momentos bellos porque no serán,
Pero, ¿tanta nada tiene la vida, y tanto ser la muerte...?