Bienvenido / Napaykullayki / tere§uahe porãite

Este espacio quiere ser el riego constante de una actitud: la actitud intempestiva. Aunque es evidente la referencia a mi autor predilecto, Friedrich Nietzsche, no se reduce a su actitud. El intempestivo es aquel que afirma y se afirma más allá del receptor presente. En nuestro tiempo, lleno de discursos apocalípticos, tiempo que se caracteriza en los textos más antiguos (escritos en sánscrito) con el nombre de Kali yuga, y para colmo en occidente -este occidente al final de todo- en el que nuestro interlocutor encarna la náusea, que mejor que ser intempestivo. No esperar nada. No esperar a nadie (¿cuánto hemos esperado ya?). Afirmar: afirmarse. No se pretende guiar a nadie hacia una creación sectaria-destructiva -ya nos conjuramos tácitamente y caminamos con hediondez de buen ganado, nárcotico en mano, hacia la desaparición- se trata de una actitud en relación a lo único que nos permite una digna "arqueología": el arte y el pensamiento. Palabras que le hablan a la posteridad, porque el receptor ya nunca está presente. Palabras limpias que se saben ensuciar. Palabras fuertes, valientes y ensangrentadas. Palabras intempestivas.

Imágenes para pensar

Imágenes para pensar
Miro el bosque y nos veo: nuestro bosque no tiene raíces, las tiene cada uno de los árboles. Por eso vivimos en el desarraigo...

"El viaje rejuvenece las cosas y envejece la relación con uno mismo"


Mi muerte me la contó Sartre...

Mi Muerte en el Sartre existencialista

          Con una analogía musical, Sartre expone la concepción tradicional humanista de la muerte, en la que ésta se entiende como el sentido de la vida, así como el último acorde otorga el sentido armónico a la melodía precedente. De esto se deriva principalmente la interiorización de la muerte así como la responsabilidad que implica respecto la muerte y respecto mi vida entendida como única. En esta misma línea que “humaniza” la muerte se sitúa Heidegger con el sein-zum-tode (ser-para-la-muerte) y la comprensión de la muerte como posibilidad propia del Dasein, capaz de conferirle individualidad.

Contra esta concepción heideggeriana podemos retomar a Sartre, que habla de la muerte como un hecho contingente relacionado con la facticidad y en última instancia, absurdo. Desde la proyección del sein zum tode heideggeriano se entiende la muerte como una necesidad ontológica porque se confunde el hecho contingente de la muerte con la finitud que sí es ontológica y no depende de la mortalidad. Es la libertad la que crea la finitud, que no pone en conocimiento de la mortalidad a la realidad humana. Esto es decir que la muerte no es fundamento de la finitud del para-sí. En este sentido, la consciencia de la muerte propia forma parte de la condición humana en tanto que estructura ontológica que tienen en común los hombres, pero no se trata de la esencia: la muerte no pertenece para Sartre a la existencia humana. Así pues, es para Sartre una cosa dada que le arrebata a la vida el sentido. De la misma forma, no podemos aceptar que la muerte sea una posibilidad mía ya que se trata de una “nihilización siempre posible de mis posibles, que está fuera de mis posibilidades” (al para-sí ninguna posibilidad le viene dada como propia). En Heidegger la muerte es la plenitud: “eres” cuando mueres porque todo está pasado. Sartre lo niega porque nadie es consciente de su propia muerte (por mucho que pensemos en ella): la muerte es algo que te dan los otros. Cada uno lo recibe del prójimo.

Por todo esto, podemos esperarnos (s’attendre à) pero no esperar (s’attendre) la muerte, que es el imprevisto que puede llegar y sorprendernos antes incluso que en la vejez. Se trata pues, de la presencia del azar que no se puede preveer. En consecuencia, la angustia es contemplación de la existencia desde la posibilidad y no desde la probabilidad; posibilidades propias (no aplicables a la muerte, como sí sería en Heidegger) que yo me doy hasta el punto que no es una posibilidad si yo no la elijo. Estas posibilidades son las que se encuentra el para-sí mientras actúa. Las encuentra en la realidad en la medida en que las construye a partir de su proyecto originario.

Por la estructura del para-sí que se temporaliza, Sartre sostiene que “la vida es espera” principalmente de nosotros mismos al proyectar y esperar “un presente que será”. En efecto, la muerte es una “ya-no espera de ser”. Así pues, si no es una libre determinación del para-sí no puede poner término a nuestra vida (no puede ser el término último como sostiene el cristianismo) ni siquiera si recurro al suicidio, que no puede tener ninguna significación porque carece del porvenir que la aportaría. En este sentido, el “circuito de la mismidad” del que habla Sartre, camino que recorre el para-sí que pone el mundo como totalidad, es “darse tiempo”, tiempo del mundo en la medida en que lo es de cada consciencia que existe. Por eso, la consciencia de mundo es temporalización de la que es objeto el mundo, objeto de las nihilizaciones de la consciencia de la misma forma que yo lo seré cuando esté muerto.

Pero la muerte no es sólo nihilización de mis posibilidades (nihilización de la nihilización). Al desaparecer el ser nihilizador, el sentido que en vida era relativo y provisional pasa a ser concluido y definitivo, así como sometido al punto de vista de la alteridad. La realidad-humana, esa que no tiene propiamente esencia sino que se va construyendo, siempre abierta (lo que garantiza la realidad) llega a tener esencia cuando estás muerto. Es decir, cuando los otros han hecho de tu consciencia un objeto y tiene esencia como los otros objetos. Mientras vivimos, podemos mantener la libertad última desmintiendo la esencia. Llega a ser entonces, una forma de alienación más pero que en su especificidad, ahora no se puede nihilizar por mi libertad que me permite huir de lo que soy. Al morir mi vida completa “es”; deja de ser mi proyección de un “todavía no” para llegar a ser una existencia exclusivamente para el Otro, que desde entonces proporcionará el sentido. No quiere decir que esta existencia después de la muerte deje de cambiar, pero de estas transformaciones ya no será responsable. La consciencia humana niega el en-sí trascendiéndolo, es su manera de asumir la existencia de este en-sí. Por lo tanto, el cuerpo en-sí (cuerpo-objeto) es el muerto, porque es cuando actúa que huye del en-sí. Como hemos visto, en vida la consciencia está en el mundo pero con distancia, no como un objeto atrapado en ella. Precisamente, no es otra cosa que nihilización del mundo, negando para no desaparecer. En efecto, la consciencia se mantiene en la existencia a base de negar lo que ella era: el presente es nihilización del pasado en el que no me reconozco. El pasado es la esencia, una densidad de ser que impide la libertad. Es en definitiva, la muerte de la consciencia –que frente a esta densidad es transparencia pura–. La nihilización es entonces, que no sea lo que soy y que sea lo que no soy. Y de esta manera, hay un proceso inacabable de negaciones debido a las carencias (que por otro lado, sólo se descubren en la convivencia con los otros) que hace que la consciencia no retorne al en-sí. El mismo hecho contingente del nacimiento es nihilización del en-sí en tanto que la consciencia nace en un cuerpo, de donde vendrá la facticidad (“ser” es “ser-ahí”).

Desde “el costado de los vivos” (los que contemplan la muerte del otro), teniendo en cuenta que la relación con los muertos forma parte de este “ser-para-otro”, Sartre concede una notable importancia a la aprehensión que hacemos de los muertos, desde la facticidad del para-sí, responsable de la elección que hace (y no puede no hacer). Así lo expresa Sartre cuando afirma que “los muertos nos eligen, pero primero debemos haberlos elegido”. Los muertos nos eligen cuando nosotros elegimos “nuestros muertos”. Ahora bien, la posible reciprocidad se diluye, desde que una de las partes aún existe libre.

No gratuitamente habla Sartre de una “vida muerta” (después de la muerte, post-mortem). En efecto, si el ser-para-otro es real y forma parte de mi ser en la medida en que convivo con el otro, este ser de después de la muerte también lo es, así como la consciencia sigue existiendo como una muerta entre los vivos. Es decir, existiendo sin la libertad de antes, cuando como consciencia posibilizadora se daba ella misma los posibles. Con la muerte, el para-sí desaparece pero permanece algo de la realidad humana: el ser-para-otro. En esto consiste la realidad de los muertos, que no son objetos irreales, en la medida en que alguien asume su proyecto (pese a que este otro “lo existirá” de manera diferente como sucesor que inevitablemente le traicionará). La consciencia continuará existiendo en la del prójimo, así pues bajo una forma que traiciona su forma de ser originaria, porque su libertad actuará en manos de la de otro: contra Heidegger, podemos afirmar que la muerte proviene de la alienación.

En El ser y la nada “Mi muerte” es un subapartado de “Libertad y facticidad: la situación” porque ésta es una de las formas en que se manifiesta la facticidad de la libertad. No es un límite a la libertad porque no hay ningún límite externo a la libertad. Sólo lo es si la consciencia reconoce el límite como tal. Precisamente, con la libertad nihilizamos la facticidad (y esta es la única manera de ser libre): asumimos la facticidad o bien no la reconocemos (y como posibilidad última la negamos). El para-sí que se encuentra en situación practica una libre nihilización de su propia facticidad, del hecho de haber nacido y vivido en un tiempo que no se ha dado (un pasado que no es obra mía).

Hemos hablado de la muerte como nihilización de mis posibles, porque las posibilidades las he de asumir en la existencia y nihilizando. Se trata pues, del reverso de mi elección. Sin embargo, no se trata de un obstáculo para el proyecto existencial en la medida en que tiene lugar esta metamorfosis del ser en destino; un destino que asumirá este proyecto en otro lugar. Precisamente como irrealizable que es, a través y en mi proyecto puedo escapar a la muerte, que siempre tiene lugar “por añadidura”, con lo que no podemos valorar su autenticidad. Para Sartre la muerte es el absurdo pero no perjudica la existencia justamente porque no forma parte de ésta. El horizonte de sentido desde el que actúa el para-sí no va cambiando continuamente sin que esté este horizonte último que es la muerte. Por lo tanto, cuando ésta llega el para sí es un proyecto inacabado porque nunca se dará él mismo un punto y final en la medida en que el final no forma parte del proyecto (aunque me suicide, porque el proyecto es inacabado): la muerte entonces es sobreañadida y el proyecto permanece abierto, así como el sentido queda en suspenso hasta que el Otro para quien la muerte es real, se lo atribuye.

De esta forma, el hecho de que no sea amo de mi muerte es lo que garantiza la libertad así como el fracaso de todo proyecto ligado a la libertad nos preserva de la misma muerte, esa que viene a interrumpir la melodía más o menos disonante de nuestra vida.    

Para rezar en la noche como Atahualpa

Yo camino por el mundo. Soy pobre. No tengo nada.
Sólo un corazón templado,y una pasión: la guitarra.
Para rezar en la noche,la guitarra.Para un recuerdo querido,la guitarra.
Para la patria lejana,la guitarra.Para quemarme por dentro,la guitarra.
Junté puñados de arena en mis manos bien cerradas.
Con el amor pasó igual: abrí las manos y ... ¡nada!
¡Ay, la hermandad de los hombres!¡Ay, mi sagrada esperanza!
¡Adónde la paz, amigos, la paz para mi guitarra!